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martes, 12 de abril de 2016




DISTINCION ENTRE CAMPAÑA SUCIA, NEGATIVA Y DEMAGOGICA

No es fácil legislar sobre estos asuntos sin caer en atropellos inaceptables a la libertad de expresión. Tampoco es fácil hacer cumplir las leyes en esta materia.





   En días recientes, se han conocido declaraciones de candidatos presidenciales y voceros partidarios repudiando lo que consideran “campaña sucia”. Sobra decir que tales reclamos van siempre dirigidos a sus adversarios, porque ellos, los que reclaman, siempre toman distancia y no saben o no quieren saber lo que hace su propio partido, sea abiertamente o por vías subterráneas.

Estos buenos señores son muy elegantes y civilizados. Su discurso es “políticamente correcto”. Los que hacen campaña sucia, los adversarios, debieran mejor hacer propuestas, debatir ideas. La campaña sucia no ayuda a la democracia. La gente está cansada de mensajes denigrantes. Curiosamente, siendo todos ellos figuras prominentes en sus respectivas organizaciones políticas, nunca mueven un dedo para promover reformas de ley que permitan sancionar a quienes incurren en eso que tanto repudio pareciera merecer.

De cualquier forma, hay que señalar que la hipocresía no es prerrogativa exclusivamente de los políticos. Muchos ciudadanos hacen exactamente lo mismo a título personal. Se muestran indignados por la vulgaridad de otros, pero se destapan en las redes sociales haciendo y difundiendo comentarios difamatorios contra candidatos y partidos que no gozan de sus simpatías.

La pasión, la intolerancia, el recurso al desprestigio y otras muchas formas indeseables de comportamiento político no son algo nuevo ni propio únicamente de países menos desarrollados. Se observan de manera igualmente virulenta en sociedades que están más avanzadas en otras dimensiones. Lamentablemente, el mal uso de las posibilidades que hoy ofrecen las tecnologías de información y comunicación ha dado por resultado un incremento exponencial de todo lo que va en detrimento de la cultura democrática.

En alguna medida, la sociedad civil es también responsable, por acción y omisión, de aquello que no nos gusta de los políticos. 

Desde el anonimato social o en círculos de confianza, hasta los ciudadanos más virtuosos seguramente han disfrutado más de una vez de una buena trapeada que alguien les da a los actores políticos que nos caen mal. ¿Dónde están, entonces, los límites de lo aceptable? ¿Cuáles son los mínimos de decencia que todos debiéramos exigirnos y exigir a los demás? No hay respuestas fáciles a esas preguntas, pero debiéramos mantenerlas en la mente para intentar acercarnos al mejor de los mundos posibles. 

No es fácil legislar sobre estos asuntos sin caer en atropellos inaceptables a la libertad de expresión. Tampoco es fácil hacer cumplir las leyes en esta materia, sobre todo porque la tecnología ofrece formas bastante efectivas de hacerse invisibles.

Pero que las cosas sean difíciles no es justificación para quedarnos de brazos cruzados. Son temas que deben mantenerse en abierta discusión para alcanzar un mejor entendimiento de los problemas y aproximarnos a algunas soluciones. En esa dirección, me parece importante hacer algunas distinciones conceptuales. Campaña sucia es aquella que se hace mediante estructuras clandestinas de propaganda, organizadas y financiadas por los partidos políticos y grupos afines sin dar la cara o asumir alguna responsabilidad.

Amparados en el anonimato, no se sujetan a estándares morales y se sienten en absoluta libertad para insultar y difamar no solo a los rivales políticos sino también a todo aquel que los apoye. Estas campañas también apuntan a denigrar a comentaristas cuyas críticas son percibidas como dañinas a los intereses de un determinado grupo político. La suciedad está en los contenidos, en las formas y en la impunidad de quienes las llevan a cabo.

Hay también campañas negativas que hacen los candidatos, los partidos y sus simpatizantes dando la cara. Igual que las anteriores, son campañas que buscan la descalificación de los adversarios pero no son difamatorias ni anónimas. 

Lo problemático de esas campañas desde la perspectiva del desarrollo democrático es que enfatizan y magnifican lo negativo, con una visión parcial que suele distorsionar los hechos y malinterpretar deliberadamente el significado de las palabras. 

Son campañas que no se sujetan a estándares de verdad u objetividad. Finalmente, lo que más abunda es la campaña demagógica. Esta la hacen con total desfachatez los candidatos y los voceros partidarios. 

Son campañas aparentemente propositivas, pero llenas de falsedades en la exaltación de los propios méritos y en la venta de soluciones que carecen de viabilidad y se venden explotando la inocencia de la gente.

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