DISTINCION ENTRE CAMPAÑA SUCIA, NEGATIVA Y DEMAGOGICA
No es fácil legislar sobre estos asuntos sin caer en atropellos inaceptables a la libertad de expresión. Tampoco es fácil hacer cumplir las leyes en esta materia.
En días recientes, se han conocido
declaraciones de candidatos presidenciales y voceros partidarios repudiando lo
que consideran “campaña sucia”. Sobra decir que tales reclamos van siempre
dirigidos a sus adversarios, porque ellos, los que reclaman, siempre toman
distancia y no saben o no quieren saber lo que hace su propio partido, sea
abiertamente o por vías subterráneas.
Estos buenos señores son muy elegantes y
civilizados. Su discurso es “políticamente correcto”. Los que hacen campaña
sucia, los adversarios, debieran mejor hacer propuestas, debatir ideas. La
campaña sucia no ayuda a la democracia. La gente está cansada de mensajes
denigrantes. Curiosamente, siendo todos ellos figuras prominentes en sus
respectivas organizaciones políticas, nunca mueven un dedo para promover
reformas de ley que permitan sancionar a quienes incurren en eso que tanto
repudio pareciera merecer.
De cualquier forma, hay que señalar que la
hipocresía no es prerrogativa exclusivamente de los políticos. Muchos
ciudadanos hacen exactamente lo mismo a título personal. Se muestran indignados
por la vulgaridad de otros, pero se destapan en las redes sociales haciendo y
difundiendo comentarios difamatorios contra candidatos y partidos que no gozan
de sus simpatías.
La pasión, la intolerancia, el recurso al
desprestigio y otras muchas formas indeseables de comportamiento político no
son algo nuevo ni propio únicamente de países menos desarrollados. Se observan
de manera igualmente virulenta en sociedades que están más avanzadas en otras
dimensiones. Lamentablemente, el mal uso de las posibilidades que hoy ofrecen
las tecnologías de información y comunicación ha dado por resultado un
incremento exponencial de todo lo que va en detrimento de la cultura
democrática.
En alguna medida, la sociedad civil es
también responsable, por acción y omisión, de aquello que no nos gusta de los
políticos.
Desde el anonimato social o en círculos de confianza, hasta los
ciudadanos más virtuosos seguramente han disfrutado más de una vez de una buena
trapeada que alguien les da a los actores políticos que nos caen mal. ¿Dónde
están, entonces, los límites de lo aceptable? ¿Cuáles son los mínimos de
decencia que todos debiéramos exigirnos y exigir a los demás? No hay respuestas
fáciles a esas preguntas, pero debiéramos mantenerlas en la mente para intentar
acercarnos al mejor de los mundos posibles.
No es fácil legislar sobre estos
asuntos sin caer en atropellos inaceptables a la libertad de expresión. Tampoco
es fácil hacer cumplir las leyes en esta materia, sobre todo porque la
tecnología ofrece formas bastante efectivas de hacerse invisibles.
Pero que las cosas sean difíciles no es
justificación para quedarnos de brazos cruzados. Son temas que deben mantenerse
en abierta discusión para alcanzar un mejor entendimiento de los problemas y
aproximarnos a algunas soluciones. En esa dirección, me parece importante hacer
algunas distinciones conceptuales. Campaña sucia es aquella que se hace
mediante estructuras clandestinas de propaganda, organizadas y financiadas por
los partidos políticos y grupos afines sin dar la cara o asumir alguna
responsabilidad.
Amparados en el anonimato, no se sujetan a
estándares morales y se sienten en absoluta libertad para insultar y difamar no
solo a los rivales políticos sino también a todo aquel que los apoye. Estas
campañas también apuntan a denigrar a comentaristas cuyas críticas son
percibidas como dañinas a los intereses de un determinado grupo político. La
suciedad está en los contenidos, en las formas y en la impunidad de quienes las
llevan a cabo.
Hay también campañas negativas que hacen
los candidatos, los partidos y sus simpatizantes dando la cara. Igual que las
anteriores, son campañas que buscan la descalificación de los adversarios pero
no son difamatorias ni anónimas.
Lo problemático de esas campañas desde la
perspectiva del desarrollo democrático es que enfatizan y magnifican lo
negativo, con una visión parcial que suele distorsionar los hechos y
malinterpretar deliberadamente el significado de las palabras.
Son campañas que
no se sujetan a estándares de verdad u objetividad. Finalmente, lo que más
abunda es la campaña demagógica. Esta la hacen con total desfachatez los
candidatos y los voceros partidarios.
Son campañas aparentemente propositivas,
pero llenas de falsedades en la exaltación de los propios méritos y en la venta
de soluciones que carecen de viabilidad y se venden explotando la inocencia de
la gente.